En hogares bien constituidos, se desarrolla la autoridad de
forma natural. Autoridad que tiene que ser madura y justa. Es cierto que los
padres no son los únicos propietarios de la verdad, pero la experiencia y el
sentido común les ha proporcionado unas lecciones que sí deben dar a los hijos.
La autoridad ejercida con sentido común siempre ha sido un
potente foco educativo, porque afecto y autoridad tienen que ser correlativos:
son las dos muletas que sostienen la progresión afectiva del niño. Nadie puede
suplir lo que pueden hacer un padre y una madre. Nadie puede llegar a dar la
relación afectiva e íntima que mantienen con cada hijo.
Autoridad que se consigue de forma positiva si los niños y
adolescentes han ido creciendo y desarrollándose en ambientes en los que, según
Luis Rojas Marcos, es “importante la presencia estable del adulto que sirva de
modelo y proporcione apoyo, ánimo, comprensión, sentido de disciplina,
dirección y que enseñen al menor a discriminar entre el bien y el mal”.
Si los chicos viven en hogares, barrios y comunidades, en los
que la autoridad y obediencia son dos grandes ausentes, su formación será una
incógnita. ¿Por qué los adultos tenemos tanto temor a proporcionar una
educación en la que la obediencia sea un factor esencial? Arrojemos lejos, muy
lejos, la idea de que la obediencia es sumisión o tiranía. Nada más inapropiado
de la verdadera obediencia. Porque, ¿es que es posible bailar sin obedecer las
leyes del ritmo, o de escribir correctamente, sin atender a las normas de la
sintaxis, o de viajar sin preocuparnos de los horarios que nos señalan las
compañías de transporte de viajeros?
Es preciso recuperar los valores. Y no cabe la menor duda,
que la autoridad es uno de ellos. Continuamos leyendo a Rojas Marcos, que
expone “el método más efectivo para fomentar las correctas conductas de los
chicos es explicarles y razonarles cómo sus acciones afectan a los sentimientos
ajenos. También es importante etiquetar positivamente los comportamientos
constructivos de forma que los muchachos los identifique, compruebe sus
beneficios y los incorpore a la imagen ideal a la que aspira”.
El padre debe ser cercanía para el hijo, que por cierto no
tiene que ser ajena a corregirle cuando la situación así lo pida. Hay autoridad
donde hay justicia. “Al hijo se la hace mucho mal cuando el padre se instala en
la bondadosidad o en la tiranía”[1]
El padre jamás debe perder la autoridad. Autoridad no es la
fuerza. Rectificar es pedir perdón al hijo si hubo abuso de autoridad. “Es
conveniente saber transmitir la profunda convicción -y, obviamente, tenerla- de
que cada hijo es un ser único e irrepetible, al que el padre procura ayudarle a
desarrollar lo mejor que hay dentro de sí y eso desde una posición de total
respecto hacia su persona”.[2]
[1] A. Polaino-Lorente.
La ausencia del padre y los hijos apátrida en la sociedad actual. Revista
española de pedagogía, 196. 1993.
[2] Cfr. O.
c. p. 454.
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