Gabriela Mistral (1889-1957) recibió el Premio Nobel de
literatura en 1954. Su nombre auténtico fue Lucila Godoy Alcayaga en Vicuña.
Fue cónsul de su país, Chile, en Lisboa,
Madrid, Brasil, Nápoles y Los Ángeles, y profesora visitante en varias
universidades de Estados Unidos y América Latina. Se afanó toda su vida por
conseguir una educación de calidad para los niños de América latina, hasta el
punto de que el dinero producido por la venta de sus libros en América del Sur,
dejó estipulado en su testamento que debía destinarse a los niños pobres de
Montegrande, Chile.
Su religiosidad queda plasmada en su prosa de manera inequívoca
y abundante. Toda ella está accesible gratuitamente en la red. En su escrito El
sentido religioso de la vida dice: “Religiosidad es buscar en esa naturaleza su
sentido oculto y acabar llamándola al escenario maravilloso trazado por Dios
para que en él trabaje nuestra alma. Respecto del cuerpo, religiosidad es vivir
sacudiendo su dominio y una vez domado, hacerlo el puro instrumento siervo, que
debe trabajar para el espíritu, que es su única razón de ser.
No sólo los
cielos, la tierra y la carne que la puebla, son esa escritura de Dios de que
habla Salomón… Nos dividimos, hombres y mujeres, en religiosos y a-religiosos
(no quiero nombrar a los otros). El hombre a-religioso es el hombre frívolo…
Estupenda frivolidad es el materialismo que se cree sin embargo, hijo de la
observación y la ciencia”. A la Biblia, que ella llamaba el Santo Libro,
achacaba en buena parte la inspiración de su vocación literaria: “Mi contacto
con la lírica judía, que había de ser la lírica de mi nutrimiento, lo hizo,
cuando yo tenía 10 años, mi abuela, doña Isabel Villanueva” ¿cómo? Leyendo la
Biblia delante de ella ( Luis Vargas Saavedra Prosa religiosa de Gabriela
Mistral. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello; 1978).
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