También hay un cristianismo líquido. Es el fruto de adaptar
la vida cristiana a un interés o conveniencia personal, es decir, a un continente
en el que no hay compromiso ni vínculos estables.
Caso del cristianismo líquido es el del joven, también puede
ser del adulto, que rompe con Dios porque estima que ha llegado a la madurez. Y
por eso, desaparece en su vida la misa dominical, la frecuencia de sacramentos,
la vida de oración, la caridad y algunas otras virtudes o convicciones en las
que fue educado.
Sin embargo, no es cierto que esto sea consecuencia de su
madurez. No! más bien es fruto de la ignorancia. Es el mismo recorrido que se
observa en el amor líquido: se rompe el matrimonio, no por madurez, sino por el
capricho ante una nueva aventura o por la ignorancia de no haber conocido que
el amor es sacrificio, y por eso, se acepta y acoge a la persona amada aunque
haya que vivir con algunas costumbres que no conocíamos de él o de ella, porque
no profundizamos en su conocimiento, cuando la tarea (noviazgo) era justamente
ese su cometido fundamental.
El amor líquido, la educación líquida, el cristianismo
líquido es muy parecido, prácticamente casi igual, que el vino con el que no se
observó el principio ordenador que debe existir entre alcohol, agua y tanino. Una
copa de buen vino contiene agua, alcohol y tanino. Pero es vino gracias a un
principio ordenador. Si este principio se altera, por ejemplo, poniendo un poco
más de agua, eso ya no es vino, es otra cosa. Lo mismo ocurre con el
cristianismo líquido. Ya no es cristianismo, porque haciendo lo que yo quiero,
lo que más cómodamente me viene bien, pierdo la esencia de la vida cristiana
que justamente consiste en el seguimiento a Jesucristo y a su Palabra. Ya que
Él es el camino, la verdad y la vida.
Ahora llegamos a la Navidad. Y podemos hacer dos cosas:
mundanizarla con regalos y fiestas o cristianizarla dándole a nuestra vida un
único sentido: la búsqueda de la plenitud del amor. Sin olvidar lo ya dicho: el
amor es sacrificio y vida en la verdad.
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