“Era profundamente consciente de lo que le aportaba la
amistad de Ático, los consejos que recibía de ese amigo prudente, diestro en
discernir las complejísimas intrigas de la vida pública, en desarticular las
trampas, en sugerir una acción que se revelará fructuosa, y por encima de todo
eso, el encanto de una presencia, de una conversación en la que no hacía falta
fingir”.
Confesaba pues, Cicerón, la importancia de las influencias en
su formación. De una parte, de los sucesos que presenciaba y por supuesto de
personas. Especialmente del amigo con el que mantiene una relación
interpersonal con continuos cambios de impresiones sobre los asuntos públicos
de Roma. Quiero destacar esta relación que ya se da en la antigüedad y que continúa
siendo en la actualidad un foco de luz en la educación y formación de toda
persona. ¡Cuánta necesidad de esa luz necesitan nuestros niños, adolescentes y
jóvenes!
De sus lecturas deduce Cicerón que “algunas de sus
decisiones, le eran dictadas por sus consideraciones de moral pública, que
extraía de la lectura de los filósofos y los poetas. La idea de Cicerón sobre
la victoria más difícil de lograr era la siguiente: Asumía que vencerse a sí
mismo era una victoria aún más difícil de lograr, y más importante, que las que
se obtienen por las armas. El hombre que es capaz de semejante generosidad es
más que un hombre un dios.
Más aún, Cicerón cercano a sus treinta años, realizó un viaje
a Grecia y a Oriente y en él, dedujo que el saber, no estriba ante todo, o
solamente, en almacenar conocimientos, sino en escoger a alguien a quién
imitar.
Es un modelo de hombre honesto y gran trabajador, que en todo
momento tiene a Roma en su pensamiento y en sus acciones. Grimal escribe sobre
él:
“Un dato más del carácter de Cicerón es el sentido de la
honestidad que se pone aún más de relieve durante la guerra civil entre Pompeyo
y César. Él no puede unirse a César, porque ha dedicado su vida con una
fidelidad plena, a la defensa de la República y esto está en contradicción con
la postura y los planes de César”.
Desea ante todo aparecer como la más alta autoridad moral de
la ciudad. De ahí que su pensamiento podía estructurarse en la honestidad que
da hermosura al alma.
En esta postura, sabe que debe estar acompañado probablemente
siempre del sacrificio. Sin embargo, está muy firmemente convencido que el
objetivo merece la pena. De ahí la escrupulosa actitud que adopta hacia la
moderación en sus años como edil, después como cuestor y finalmente como
cónsul.
En los años en los que ve que es más que posible la extinción
de la República, ante la prosperidad que va tomando la posibilidad del primer
triunvirato, se inclina hacia el que cree más benévolo para Roma: la unión con
Pompeyo. Y no acierta. Julio César será el ganador y el azote de Pompeyo, pero
Cicerón continúa fiel a sus convicciones.
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