En una reunión de sacerdotes dedicados a la pastoral juvenil, en 1973, el arzobispo Karol Wojtyla presentó una ponencia titulada: “La enseñanza sobre el amor que deberíamos establecer como fundamento para la preparación al matrimonio de la juventud”. En 1977, el entonces cardenal Wojtyla volvió con otra ponencia. Esta vez sobre la maduración y su importancia en las relaciones humanas y por supuesto, también en el matrimonio. Al año siguiente, 1978, el cardenal Wojtyla fue elegido Papa: Juan Pablo II. Con ambas ponencias, se editó el libro “Los jóvenes y el amor”. Del cual ofrezco hoy un capítulo.
El amor.
“Todo amor humano verdadero se convierte en participación
en el amor de Dios. También el amor conyugal es la participación real en el
amor de Dios. La participación en el amor divino permite a dos personas (Adán y
Eva), hombre y mujer, perseverar en su relación de amor mutuo. Les permite
continuar en el proceso de entrega recíproca. Les permite confiarse el uno en
el otro y convertirse en un don recíproco, también en los ámbitos corporal y
sexual. Esa sociedad de varón y mujer es la expresión de la comunión de
personas. Comunión en el cuerpo y en el sexo”.
Amor caído y redimido. Ciertamente, esta concepción del amor
humano, no nos debe olvidar que se deformó por el pecado original, y también
“ha de estar unida a la verdad de la redención con todas sus implicaciones… El
hombre y el amor no sólo se encuentra en estado de naturaleza caída, sino
también en el estado de naturaleza redimida. Este amor ha de ser captado, ha de
ser acogido, sin olvidar que este don (el del amor) puede ser bien usado o puede
ser malgastado.
Amor continuamente recreado. Y más aún, “el amor no puede
sólo recibirse, no es posible ser su propietario, porque es necesario recrearlo
continuamente y construirlo constantemente.” El amor “es paciente, servicial, no tiene
envidia, no hace alarde… goza con la verdad… todo lo disculpa, lo cree, lo
espera, lo soporta. (1. Cor. 13, 4-7).
Paciente. Si no cultivamos la paciencia, siempre tendremos excusas para responder
con ira. Finalmente, nos convertimos en personas que no sabemos convivir,
antisociales, incapaces de postergar los impulsos, y la familia se volverá un
campo de batalla.
Servicial. Sal por esta puerta con la pasión por servir, leemos en la puerta de
salida en un colegio. “Dormía y soñaba que la vida no era más que alegría.
Me desperté y vi que la vida no era más que servir. Serví vi que servir era la
alegría”. (R. Tagore).
No tiene envidia. “El amor nos lleva a una sentida valoración de cada ser
humano, reconociendo su derecho a la felicidad”. (Amoris Laetitia Cap. 4º)
No hace alarde. “El amor no puede volverse arrogante e insoportable”.
(Amoris Laetitia. Cap. 4º)
Goza con la verdad. La gracia del sacramento del matrimonio está destinada ante
todo «a perfeccionar el amor de los cónyuges» (A. L. 89).
Todo lo disculpa. La alegría se encuentra dentro del matrimonio cuando se
acepta que este es una necesaria combinación de “gozos y de esfuerzos, de
tensiones y de descanso, de sufrimientos y de liberaciones, de satisfacciones y
de búsquedas, de molestias y de placeres” (AL. 126).
Todo lo cree. Amo a esa persona, la miro con la mirada de Dios Padre, que
nos regala todo «para que lo disfrutemos» (1 Tm 6,17), y entonces acepto en mi
interior que pueda disfrutar de un buen momento.
Todo lo espera. “El amor que no crece comienza a correr riesgos, y sólo
podemos crecer respondiendo a la gracia divina con más actos de amor, con actos
de cariño más frecuentes, más intensos, más generosos, más tiernos, más
alegres.” (A. L. 134).
Todo lo Soporta. “El amor se va transformando, pues la apariencia física, con
los años, se modifica. Ello, sin embargo, no es obstáculo para que la atracción
mutua se debilite o desaparezca”. (A. L. cap 4º).
El matrimonio, comunión de amor, es suprema grandeza, Excelsa
belleza. Verdadera dignidad. Templo que cobija a los amantes. “El amor no es
solamente un asunto de la pareja, sino algo entre ellos y Dios”.
Karol Wojtyla. Los jóvenes y el amor. Preparación al matrimonio.
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