“Sin amigos nadie desearía vivir aunque poseyera todos los demás bienes” (Ética a Nicómaco. Libro VIII, 1). “Si el hombre bueno se convierte en amigo, se convierte en un bien para aquel de quién es amigo” (Ética a Nicómaco. Libro VIII, 5).
S. Ignacio de Antioquía escribe carta al joven obispo
Policarpo y le exhorta a acercarse con mansedumbre a quienes están lejos de la
Iglesia, ya que no tendría mérito amar sólo a los buenos discípulos. Amar es ser comprensivo, misericordioso.
Aumenta la capacidad de querer: el carácter amable, tender
puentes, favorecer el “encuentro” por nuestra forma de hablar, de movernos… y
cuando queremos y nos apasionamos por las cosas del amigo.
Actividades que se pueden hacer con los amigos: deportivas,
paseos, leer libros, oír o hablar sobre música. Realzar servicios juntos y la
conversación amena. Y sobre todo, disfrutar de su compañía.
También contamos con la amistad de los buenos alimentos
compartidos; la gente se abre más comiendo y bebiendo.
¿Qué más pide una verdadera amistad? Momentos de intimidad:
uno con uno. Ahí surgen los excelentes consejos, las confidencias. Se cuentan
nuestras cosas y ellos cuentan variadas experiencias. También
contamos nuestra amistad con Jesucristo.
Obstáculos: excesivo estrés, activismo: hacer, hacer, hacer,
correr, correr… es necesario descansar con cosas sencillas. Otro obstáculo: ser
demasiados categóricos en nuestras exposiciones. Evitar las rigideces cuando
algo es opinable. No convencer, sino proponer. Buscar puntos de encuentros y
cerrar lo que nos separa. Escuchar, ponerse en el lugar del otro y paciencia,
no olvidar que el vino mejora con el tiempo … y la amistad también.
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