Desde el momento en que la madre sabe
que está embarazada, e
incluso cuando solo lo intuye, todo
su mundo, sus aspiraciones, sus actos
y decisiones diarias empiezan a ser
replanteados. La trascendencia del
ser que tiene dentro es tal que,
aunque esté decidida a abortarlo, no le es
indiferente, no le afecta igual que
extirparse un quiste o amputarse una
parte del cuerpo. Implica una
responsabilidad sobre otro, un responder
a una llamada del ser del otro a mi
ser relacional. Si esta llamada puede
ser recibida por una mujer que se ha
constituido en ser-para desde su
significado pleno, aunque al
principio suponga para la madre una crisis
su aceptación, también supone la
alegría de la confirmación de ese amor
fundante y buscará los medios para
acoger a esa nueva persona en la
relación fundante. Y esta acogida
proporciona al hijo un sentido globalizante, desde el que desarrolla su
mismidad. La tarea aquí de realización principal de la madre es precisamente
esa acogida desde la que se desarrolla la mismidad del hijo dentro de un
sentido personal. La acogida es la forma específica de dar de la mujer. Se
trata de una acogida singularmente femenina, con sus caracteres femeninos que
en cada caso tendrán una concreción distinta, pues no hay ni dos madres ni dos
hijos iguales, somos irrepetibles, también nuestra relación. Y, puesto que
nuestros actos nos transforman, la actitud femenina de atención al convertirse en
madre se concreta más, por tener un referente concreto en el hijo.
Un referente no solo continuo en el
tiempo, sino interior, que depende
existencialmente de mi acogida
durante el embarazo. Esta vivencia de
la madre como dadora directa de vida
al hijo en su seno va a conformar
una tendencia en su actitud después
del parto. El desgarro interior que
sufre una madre cuando la apartan de
su hijo al nacer es una prueba de
la instauración de esta tendencia
personal por cuanto que conforma en el
amor dativo tanto al hijo como a la
madre. El hijo no es solo una carga,
es un regalo que ofrece su humanidad,
que obligándome a trascenderme
me humaniza, y es también una promesa
y una oportunidad de sentido
para mí y para otros.
Raquel Vera: Análisis personalista de
la relación paterno-materno-filial II:
después del nacimiento del hijo.
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