Recrea Octavio Paz la historia de Filemón y Baucis, contada
por Ovidio en el libro VIII de Las
metamorfosis. Júpiter y Mercurio recorren Frigia pero no encuentran
hospitalidad en ninguna de las casas adonde piden albergue, hasta que llegan a
la choza del viejo, pobre y piadoso Filemón y de su anciana esposa, Baucis. La
pareja los acoge con generosidad, les ofrece un lecho rústico de algas y una
cena frugal, rociada con un vino nuevo que beben en vasos de madera. Poco a
poco los viejos descubren la naturaleza divina de sus huéspedes y se prosternan
ante ellos. Los dioses revelan su identidad y ordenan a la pareja que suba con
ellos a la colina. Entonces, con un signo, hacen que las aguas cubran la tierra
de los frigios impíos y convierten en pantano sus casas y sus campos. Desde lo
alto, Filemón y Baucis ven con miedo y lástima la destrucción de sus vecinos;
después, maravillados, presencian cómo su choza se transforma en un templo de
mármol y techo dorado. Entonces Júpiter les pide que digan su deseo. Filemón
cruza unas cuantas palabras con Baucis y ruega a los dioses que los dejen ser,
mientras duren sus vidas, guardianes y sacerdotes del santuario. Y añade:
puesto que hemos vivido juntos desde nuestra juventud, queremos morir unidos y
a la misma hora: “que yo no vea la pira de Baucis ni que ella me sepulte”. Y
así fue: muchos años guardaron el templo hasta que, gastados por el tiempo,
Baucis vio a Filemón cubrirse de follajes y Filemón vi cómo el follaje cubría a
Baucis. Juntos dijeron: “Adiós esposo” y la corteza cubrió sus bocas. Filemón y
Baucis se convirtieron en dos árboles: una encina y un tilo. No vencieron al
tiempo, se abandonaron a su curso y así lo transformaron y se transformaron.
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