En recuerdo del que fue gran
amigo y profesor, Ricardo Yepes Stork, redacto estas líneas entremezcladas con
las suyas de tal manera que me es difícil separar unas de otras.
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Dice C. S. Lewis
en el excelente libro “Los cuatro amores”, que la amistad hoy es considerada
“algo bastante marginal, no un plato fuerte en el banquete de la vida... Pocos
la valoran, porque pocos la experimentan”.
Así que la
amistad no es algo innato. No se da sin esfuerzo, hay que conquistarla y luego
ha de ser alcanzada y mantenida. Es decir, exactamente igual que el amor que
además no nos deja intactos. Se conquista, pero más difícil es luego su
mantenimiento si no hay un propósito exigente de hacerlo. A todo ello, el
profesor Millán Puelles añade que también necesita tiempo de crecimiento, de
esfuerzo para ganarse la confianza del amigo.
Ahora bien, ya
estamos en la amistad. Si es verdadera, aguanta, no se rompe por cualquier
desacuerdo. Consiste en mantenerse amigos en el desacuerdo. Porque no forma
parte del ideal de la amistad estar de
acuerdo en todo. Estarlo enteramente es prácticamente imposible. Discrepar es
saludable si se mantiene el diálogo
Tiene la amistad
una importante tarea: acercarse a la realidad, a las cosas, al descubrimiento
de nuevos planteamientos sobre los problemas, a pensar y hacer juntos unos
quehaceres.
Hay en la
amistad una fase madura. Es aquella en la que el amigo nos interesa no sólo por
lo que dice, sino por lo que es. Su lazo se convierte en imán atrayente, más
fuerte que la disgregación connatural a la vida, porque la amistad es lealtad,
estar unidos en la adversidad y la ventura, asumir como parte de nuestra
existencia la del otro.
Pero es probablemente
el carácter iluminante del diálogo, lo que da a la amistad un tono único. Pues
ante todo amistad es conversar, hablar, intercambiar miradas, participar del
saber de otro. Dice Pieper que la amistad se nota en el decir sin reticencias
ni disimulos: el amigo es la persona con la que se piensa en alto, con la que
se habla sinceramente, aquel con quien somos sinceros. Con el amigo no nos
andamos con remilgos, es aquel con quien nos podemos sincerar. Estamos ante uno
de los ámbitos de la intimidad.
Tenemos que
seguir hablando del diálogo debido a su ser fundamental en este tipo de
conexión. El diálogo va del desacuerdo al intercambio de opiniones, al dejarse
convencer sola y exclusivamente si el otro tiene razón, si lo que dice es
verdad. Eso es ser amigos. La justificación para hablar con el amigo es
justamente que haya algo importante que decir: “los pequeños círculos de amigos
que dan la espalda al mundo son los que los transforman de veras”, dice Lewis.
Por ahí hemos
llegado a un punto fundamental de la amistad: la de darse. La persona es el
único ser que puede dar sin perder. Darse, el don, es parte irrenunciable de la
amistad: quien regala algo no espera nada a cambio. El don es gratuito.
Por eso una gran
dificultad para el desarrollo de la amistad es el interés, ya que el interés
sacrifica la amistad. Primero mantiene unas relaciones humanas “amistosas”,
pero superficiales, fruto de la conveniencia mutua, que no aguantan el tiempo
ni las dificultades. En segundo lugar, nuestra amistad no llega hasta donde
coinciden nuestros intereses y entonces se vive con el amigo una separación
amable porque no coincido con él en los mismos problemas, en la solución a los
intereses comunes.
Sin embargo sin el otro no
alcanzo a conocerme a mí mismo, pues para conocerme necesito expresarme, y para
expresarme he de manifestarme. Manifestarse es hablar, ser escuchado,
comprendido. Y eso exige alguien que escuche.
En el fondo
surge un mal concepto de amistad, porque
ser amigo incluye la estimación, pero también la irritación: el que no se
irrita cuando el amigo se porta mal es un adulador o un indiferente, pero no un
amigo. Ahora bien, no olvidemos la estimación, sin ella la amistad es
imposible. Estimar es ser partidario del amigo, estar a su lado, defenderle,
querer lo mejor para él.
El hombre
precisa de la amistad, de tal manera que si no tengo amigos, estoy empobrecido
como ser humano. Realmente si tal cuestión sucediese habría que preguntarse qué
tal andamos con relación al egocentrismo.
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