Cuando a los adolescentes se les plantean horizontes de
mejora personal son capaces de responder de modo positivo: es el perfume de
esta gran aventura educativa.
Y ese mismo es el título del libro escrito por Alberto Faccini,
que fue director del colegio Argone de Milán y actualmente, profesor del
colegio Braida de Verona.
En tal publicación, Faccini relata un episodio especialmente
maravilloso y extraordinario. Faccini había indicado a sus alumnos de
Secundaria que deberían hacer un trabajo al que él daría especial importancia y
contaría de forma más especial para la nota final del curso. Dio las
instrucciones e informaciones necesarias e indicó el día que debían entregarle
el trabajo.
Llegado el citado día, los alumnos se fueron acercando a la
mesa del profesor para entregarle cada uno su trabajo. Recogidos por Faccini,
éste comenzó la clase. Clase que él había preparado exquisitamente bien. Pero este día, los
alumnos estaban más inquietos, más nerviosos, algo más alborotadores: hablaban
más, se enviaban mensajillos unos a otros, algún tercero se levantaba e iba de
una mesa a otra… lo que suelen hacer los adolescentes con bastante frecuencia.
Y Faccini, también perdió los nervios. Comenzó a gritar, a decirles que le
había costado horas preparar bien esa clase… y en un momento de descontrol,
cogió los trabajos de sus alumnos y fue rompiendo uno tras otro y arrojándolos
a la papelera. Y se marchó.
Al día siguiente, la clase recibió a Faccini en absoluto
silencio. El profesor comenzó la explicación y nada alteró aquella disertación:
ni una tos, ni un estornudo, ni chasquido, ni un rozamiento, ni una
respiración. Finalizó la clase, y el profesor se despidió.
Al día siguiente, cuarenta y ocho horas después de aquella clase tan atronadora,
tumultuosa e incompleta, a su hora se
presentó Faccini en el aula. Inmediatamente, y antes de que el profesor
comenzase a hablar, el que era considerado por todos como el mejor compañero,
levantó la mano. El profesor le preguntó qué deseaba. El chico dijo que si
podía acercarse a su mesa para entregarle un paquete, que al mismo tiempo
enseñaba. Faccini mostró su acuerdo. El chico se acercó a la mesa del profesor
y le dijo: Le entrego este paquete que contiene los trabajos que usted nos
pidió y sobre los que nos dijo que contarían de forma especial para la nota de
final del curso. Faccini asintió con la cabeza y comenzó a desenvolver el
paquete. Y allí aparecieron todos los trabajos que dos días antes él había roto
y arrojado a la papelera, y ahora aparecían escrupulosamente pegados todos los
trozos en los que habían terminado aquel nefasto día, pegados con adhesivos transparentes.
Simplemente, tenía ante él, el perfume de la adolescencia.
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